hnyjm»Italia debe ganar este mundial. Es una orden«. Esas fueron las palabras de Benito Mussolini, el líder fascista que buscaba cumplir lo dicho o, si no, el fracaso conllevaría a la muerte de algunas personas.
Italia se presentaba a ser candidata de la Copa Mundo en 1934 junto a Suecia. El país escandinavo al final retiraba su candidatura y Mussolini veía una gran oportunidad para poder hacer propaganda y mostrar los logros del fascismo italiano.
Este fue el primer mundial en el que se jugaron eliminatorias, incluido el país organizador. Eran 34 selecciones las que buscaban un cupo de los 16 (Italia, Alemania, Austria, Bélgica, Checoslovaquia, España, Francia, Holanda, Hungría, Rumanía, Suecia, Suiza, Argentina, Brasil, Estados Unidos y Egipto). Uruguay, que había sido la primera campeona cuatro años antes, decidió no asistir con respuesta al «complot» de los europeos sobre su mundial y también por no mostrar apoyo hacia el régimen italiano.
Italia, con tal de poder conseguir su objetivo, violó el reglamento -aunque la FIFA lo había permitido- y contó entre sus filas con cuatro jugadores argentinos que tenían ascendencia italiana.
El 27 de mayo de 1934 se dio inició al torneo directamente con los octavos de final. Las primeras selecciones que se despidieron fueron Argentina, Brasil, Estados Unidos, Egipto, Francia, Holanda, Rumanía y Bélgica.
Cuatro días después se jugaron los cuartos de final. La curiosidad que marcó esta fase fue que entre Italia y España no pudo haber un ganador en los 120 minutos que jugaron, por lo cual debieron desempatar con otro encuentro al día siguiente, en el cual ganó la selección anfitriona.
Como Mussolini ya había mandado la advertencia, hasta los árbitros, aficionados y ambos equipos, estaban amenazados.
El árbitro suizo René Mercet fue el encargado del segundo encuentro, en el cuál se le anularon dos goles legítimos a los españoles, los cuales también terminaron con cuatro jugadores lesionados; mientras que a los locales se les convalidó un gol en el cual Giuseppe Meazza le hizo falta al arquero de España, Nogués. La labor del suizo fue tan polémica que cuando regresó a su país fue expulsado del arbitraje de por vida.
En semifinales la «azzurra» se enfrentaba a la favorita Austria, partido el cual también estuvo marcado de nuevo por injusticias arbitrales que favorecían a los locales.
En la última instancia se enfrentaban a Checoslovaquia. El objetivo ya estaba claro gracias a Mussolini, quien también ya había avisado a los checos sobre el peligro que podían llegar a correr en caso de que Italia no fuera campeón.
Mussolini estaba presente en el palco del Estadio Nacional del Partido Nacional Facista, en Roma, y ya le había dejado claro su mensaje a Giorgio Vaccaro, presidente de la Federación Italiana de Fútbol. «No sé cómo hará, pero Italia debe ganar este campeonato… Italia debe ganar este mundial. Es una orden«.
La favorita Checoslovaquia comenzaba ganando con gol de Puč y la expresión del mandatario hacia sentir helados a todos los italianos. Faltando 9 minutos para el final, los argentinos que hacían parte de la selección local fueron los encargados de llevar la definición hasta el tiempo extra. Con la camiseta inflada -y con el miedo corriendo por todo su cuerpo- los italianos ya sentían más que nunca la obligación de coronarse campeones.
Al final, en el tiempo extra, los italianos pudieron conseguir el título, el primero en su historia. Triunfó del fascismo, no de Italia. 1934, segundo mundial de la historia y la pelota ya estaba manchada.